Me cuesta mucho despertarme.
Me cuesta demasiado levantarme.
Me cuesta una barbaridad vestirme.
Me cuesta un triunfo salir a la calle.
Me cuesta sobremanera ir a trabajar.
Me cuesta de verdad hablar contigo.
Me cuesta más de lo normal entenderte.
Me cuesta excesivamente dar la razón.
Me cuesta formidablemente aprender.
Me cuesta atrozmente rectificar.
Me cuesta enormemente dormir.
Todos los días son un compendio de errores de bulto. Decisiones desacertadas. Intentos de hacer cosas que terminan en fracaso. Elecciones que empiezan mal y terminan peor. Acciones que aun siendo meditadas terminan en fracaso estrepitoso. Buenas intenciones que son tomadas por acciones egoístas. Esfuerzos que cuestan mucho hacer para no dar ningún fruto. Caminos que tomo que al final no tienen salida.
Se me han gastado las pilas. Ya no consigo que se recarguen lo suficiente. Ya no tengo las fuerzas necesarias para seguir. La falta de recompensa ha ganado a la ilusión. El castigo desmedido por unas acciones irrelevantes han terminado desinflando el globo que me mantenía a flote. Me hundo, irremediablemente. No lo dejo, no me rindo, seguiré intentando subir a la superficie a tomar aire mientras me queden unas pocas fuerzas. Pero ya no será igual. Cuando pueda hacerlo, cuando la presión me permita, volveré a mi antigua tarea. Seguramente no se notará, pasará inadvertido, como cada amanecer o cada anochecer, ya no nos impresiona ni el milagro más grande que es poder seguir adelante cada día.
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